A veces, el silencio y yo nos encontramos en tu mirada.

Cristales de tu ausencia acribillan mi voz,
que se esparce en la noche
por el glacial desierto de mi alcoba.
-Yo quisiera ser ángel y soy loba-.
Yo quisiera ser luminosamente tuya
y soy oscuramente mía.

                 Gloria Fuertes.

 

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Ciudad de Dios vs Ciudad Oculta.

“ – NOSOTROS QUEREMOS PAZ.
– ESO ES MUCHO PEDIR.”
(«Elefante blanco”, 2012)

Qué dos topónimos tan sugerentes. Bonitos, ¿verdad? Pero ambas ciudades esconden bajo su nombre las peores lacras: la pobreza, la droga, la violencia, la incultura. No sabría decir dónde empiezan unas y acaban la otras.

Ciudad de Dios es un lugar donde el susodicho parece estar desaparecido, donde las normas las imponen las armas y el miedo; donde «si corres te agarran. Y si no corres, también.» En la Villa 15 un gran hospital inacabado se yergue sobre las chabolas, como una gran mole, como si los vigilara con los tantos ojos que lo habitan: el elefante blanco.

Dos ciudades donde los capos de la droga reinan, se disputan el territorio, los negocios; donde la vida es lo que menos se valora y lo que más caro sale; pues siempre acaba siendo la moneda de cambio. Ambas evidencian las consecuencias de la incultura, del analfabetismo, del peligroso mundo de la droga y la violencia.

Dos ciudades que no son tan distintas… Sin luz, sin agua corriente, sin viviendas dignas. Dos ciudades en las que la gran mayoría se ve atrapado y ser honrado no es tan fácil. Familias desestructuradas, impotencia. La lucha por la supervivencia se suma a la lucha continua con la policía o el ejército. Paradójicamente, estos causan más inseguridad entre los ciudadanos con su brutalidad.

Los niños son las principales víctimas. Sin un referente al que aferrarse, sin más preocupaciones que su propia supervivencia («¿También estás pensando? No lo hagas, será tu ruina.» Ciudad de Dios.) se ven abocados a un mundo feroz, rodeados de otros como ellos (¡por Dios, solo son niños!) que actúan como camellos o pasan el día colocados, que pasean con armas, que lideran sus propias bandas. Niños cuyos sueños se reducen a escapar o convertirse en delincuentes. «Nadie se escapa de la Villa.» A mí me recorrió un escalofrío en ese instante.

Las condiciones en la Villa argentina son precarias, su evolución está determinada por la construcción de las viviendas para las que el estado no dispone el material ni el dinero. Coches quemados, abandonados; calles sin asfaltar, anegadas de agua y barro, viviendas construidas con chapas, restos de uralita, sin puertas, siquiera. Basura y chatarra acumuladas en las calles. Muchos ciudadanos están indocumentados, no existe un registro civil; no se sabe con exactitud cuántas personas viven, ni siquiera quiénes son. Es la imagen más triste de la hipercivilización: el olvido.

En Elefante Blanco son los dos curas quienes, a través de la evangelización y los grupos de apoyo, intentan educar, formar a los niños y que aprendan, que salgan de las calles. Pero se encuentran frente a una disposición jerárquica inalterable: la Iglesia, por un lado; y los poderes gubernamentales por otro. En principio es una película con menos violencia explícita; pero igual de impactante que Ciudad de Dios. Es una historia (so pena una historia bien real) enmarcada dentro de una historia de amor. Una pasión prohibida, ciega, negada, como todo lo que ocurre en la Villa 15: ignorada. Aquí se aprovecha una aventura, para narrar otra y viceversa. Pero esta es utilizada como trasfondo, no como hilo argumentativo, como hace Buscapé en Ciudad de Dios. Está narrada de una forma lineal en el tiempo, al contrario que la otra, que parece un fascículo sensacionalista lleno de cromatismo, impactos musicales y visuales.

Destacaría de la película argentina la abundancia de imágenes oscuras. Y el contraste de colorido y limpieza en los protagonistas frente al resto de personas. Muy importantes también los efectos sonoros como detonaciones (petardos, balas), gritos, gemidos de horror y dolor. En «Elefante Blanco» hay dos momentos en los que la música adopta un papel muy importante. El primero, en el camino por el Amazonas suena «A Satire Against Reason» de Michael Nyman. Es un crescendo espectacular que crea gran expectación ante las imágenes, casi estáticas. Y el segundo es la canción que suena al amanecer en el poblado, de un cariz mucho más alegre, distendido, con una letra divertida: «Me gustan las cosas que no se tocas» de Intoxicados. Parece un guiño a lo que el protagonista va a vivir con su romance. Es también el preludio a la nueva vida, animada, de júbilo, optimista.

Son dos películas en las que se reafirma la opinión de que la violencia solo engendra más violencia. (Tras la muerte de Mario, un chico del que tienen que ir a recuperar el cuerpo, su tía dice: –«Va a ser peor, cada día peor«.) («Si crías una serpiente te morderá» Ciudad de Dios) Dos buenas obras que abren los ojos y el corazón, y nos hacen darnos cuenta de lo afortunados que somos por ser quienes somos; que nos evidencian los intereses de los gobiernos, el egoísmo, que te hacen vivir el miedo desde una perspectiva desconocida, que nos DESPIERTAN, en definitiva. Pero no olvidemos que no es solo cine, por favor.

Resumiré con tres palabras todas las anotaciones que tomé mientras veía ambas películas:

Disparos, disparos, disparos…

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«Un amor como abrir los ojos. Y quizá también como cerrarlos»

Último deseo

Antes de dejar de respirar
antes de retirarme definitivamente de este juego
no pongan ni siquiera un Cristo entre mis manos.
Pon tu sonrisa y tu mirada y que eso sea el paraíso
(Sergio Hernández , Chile – 1931 – 2010)

«Juntos podemos con todo», le digo. Y así es como uno y uno suman dos en el amor, en la amistad, en la vida. Siempre he dicho que las cosas malas cuando se comparten, se dividen; y las buenas, se multiplican.

Poesía vertical IV, poema 25.

Dijo Juarroz: «Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien».                   Este poema de estilo conversacional es en sí una apelación a un tú que ya no está (y al propio lector de forma «indirectamente emocional» ¿o debería decir directa?); pero ese «tú» es el eje del poema. Está dedicado a Antonio Porchía, gran amigo del autor.  A través de la experiencia de ambos protagonistas, el yo lírico explora el mundo de lo compartido, refugiando su aflicción en el «nosotros» (un recurso también muy utilizado) : «Lo hemos buscado todo, lo hemos hallado todo, lo hemos dejado todo». Pero precisamente con ello consigue implicarnos en su dolor.

El poema tiene una fuerte carga emocional, nostálgica, de gran sentimiento. Está plagado de símbolos, pese al lenguaje sencillo que utiliza. Es muy lírico y tiene elementos propios de la poesía experimental: la sonoridad, algún caso de paronomasia, continuas antítesis, paradojas. Todo esto genera imágenes con mucha fuerza. De hecho, ese lenguaje cercano pero combinado con la gran cantidad de figuras literarias es una contradicción más dentro del texto. El verso es libre; pero el paralelismo en las estrofas, los adjetivos contrapuestos y las anáforas consiguen darle un ritmo y una musicalidad muy atrayente, muy personificador. Actúan como intensificadores para transmitir las emociones. Las metáforas son exquisitas y algunos de los versos actúan como verdaderas sentencias. » El tiempo se convierte en antitiempo/porque ya no lo piensas». El dolor es latente.

Los dos tercetos finales, a modo de reflexión, contienen una bonita pero triste metonimia donde expresa cómo la muerte llega demasiado temprano, sin darles la oportunidad de elegir.

El valor de la amistad, del compartir, de sentir que dos corazones suman solo uno…  «Juntos podemos con todo», le digo, y me sonríe. Y siento que la palabra más bonita del diccionario es «nosotros»; porque nosotros solo somos tú y yo, y en esa palabra solo hay espacio para ti y para mí.

«Se vive con la esperanza                                                                                                                 de llegar a ser un recuerdo».  Antonio Porchia

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Muerte constante más allá del amor.

«Polvo serán, más polvo enamorado». 

Francisco de Quevedo. (1580-1645)

Imagen(Torre Eiffiel, 2011)

«Amor constante más allá de la muerte» es uno de los sonetos más bellos escritos en lengua española y fue Quevedo, el gran genio misógino, el que nos habló de ese amor que traspasa la frontera de las sombras y la luz. En el cuento de García Márquez esto es lo primero que llamó mi atención. Es la muerte la que perdura, la que acecha y amenaza, la que reina sobre todo y pese a todos. Es la muerte el eje temático, la que hila la propia historia, la que determina no solo el destino, sino la forma de actuar del protagonista. De hecho, es su deceso el primer dato que conocemos de él. Onésimo Sánchez conoce al amor de su vida (que no es cualquier amor) seis meses y once días antes de fallecer. Este principio abrupto desvela la tensión que personaliza el relato.

Los marcadores temporales son muy acusados, hay una gran cantidad, que dan sensación de dramatismo. Esta temporalidad es caprichosa pero premeditada, para crear así mismo ese efecto. De hecho, la estructura circular del relato alimenta esta sensación. El lenguaje cercano (pero estudiado) da fuerza al relato; expresiones como «escondió la cara en su axila de animal de monte y sucumbió al terror» y referencias clásicas latinas «Recuerda que seas tú o sea otro cualquiera, estarás muerto dentro de un tiempo muy breve, y que poco después no quedará de ustedes ni siquiera el nombre» que, por otro lado, generan ese dimorfismo que se da en el cuento.

Es decir, en el cuento todos los elementos apuntan a un lado: la dualidad. El pueblo «Rosal del Virrey» no es más que un «recodo del desierto» y, sin embargo tiene un nombre muy evocador; así como a la actividad económica (contrabandismo) a la que se dedican de noche; de ahí que se le describa como un pueblecito «ilusorio». El comportamiento del senador también lo es. No solo su discurso lleno de falsas promesas, sino la contrariedad que  implican sus máximas y sus hechos. Este vendedor de milagros atrapado por el miedo, el dolor, la soledad, el falso pudor y unas convicciones morales que poco ataja, es consciente de su próxima muerte. Aquí es donde esta cobra fuerza y protagonismo; es ella la que dirige ya sus pensamientos, sus acciones, condiciona su conducta. La muerte es el único aspecto certero, plenamente real, me atrevería a decir, que existe en la obra. «Resolvió que la muerte decidiera por él». Esto implica un total abandono frente a ella pero a la par se viste con una máscara de normalidad ante sus votantes. Y es que ese es el único punto en el que él se aferra a la vida, el no dejar que esta cambie; pese a que todo dentro de él ya lo haya hecho tras la noticia.

La perspectiva de ficción y realidad se confunde, ambas se entrelazan , son relativas. Elementos mágicos, la rosa (elemento de vida en el desierto), efectos  como el de la mariposa de papel, el trasatlántico de cartón,  el candado que protege la virginidad de Laura, recursos literarios tan evocadores como la expresión «el cuerpo exhaló una fragancia oscura de animal de monte, pero tenía el corazón asustado«, el  creer en el horóscopo («Somos Aries. Es el signo de la soledad«), etc.,  crean un ambiente fantástico y caracterizan el relato. Y la transculturación está presente en el matrimonio del senador, en el contraste entre la pureza que simboliza Laura (tradición latinoamericana) y la forma en la que su padre (francés) la usa como moneda de cambio, en el contrabando, en todo el entorno político que rodea la historia.

Una crítica a la clase política, al mundo adulto, al del dinero. Una bonita historia de soledad, vergüenza, resignación, amor y muerte donde las mentiras y la verdad a veces son la misma cosa.

Y eso me recuerda irremediablemente a Shakespeare: «En este mundo traidor / nada es verdad ni mentira / todo es según el color / del cristal con que se mira».

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¿Serás, amor…?

¡Hoy es el Día Mundial de la Poesía! ❤

Os dejo uno de mis poemas favoritos de Pedro Salinas:
RAZÓN DE AMOR
Versos 54 a 90

¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el primer encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y solo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo;
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el llegar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo, altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales:
es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara.
Y que lo más seguro es el adiós.

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El 168.

Cuántos kilómetros podrán contar mis ojos y cuántas historias he conocido a través de los labios de otros. Mi vida era un viaje dentro de otro viaje; tenía un principio y un fin en las vivencias de los que compartían mi asiento. Cada parada una nueva historia, una sonrisa, a veces una lágrima, a veces el silencio. Pero nada te dejaba indiferente. Qué lejos quedó aquello. Tantos kilómetros y tantas historias que tejían una sola: la mía.

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«El ómnibus» no es un cuento en el que realidad y fantasía confluyen; sino que hay dos realidades coexistentes. Una realidad cotidiana, predeterminada, estipulada, y una realidad extraordinaria (pero realidad al fin y al cabo) representada por Clara, la protagonista. La primera la encarnan el resto de viajeros categorizados por los ramilletes que portan frente a la niña (y más tarde el joven también) que viaja en autobús sin ninguna flor.            Existen dos planos de realidad, por lo tanto, y las flores son el elemento de cohesión entre uno y otro. Son también un diferenciador de clases sociales («crisantemos y dalias, el ramo de los pobres»). A los personajes no se les conoce a través de su nombre; se les describe y se apela a ellos en función de sus ramos; solo Clara tiene un nombre propio, solo ella es diferente entre los brotes que inundan el autobús.

Cortázar consigue recrear un ambiente asfixiante, agresivo y grotesto, impregnado de olores e impresiones. Una tentativa de agresión física con tintes fantásticos silenciado por el intenso tráfico y las bocinas; situaciones incómodas, bruscas, violentas que se acentúan por lo reducido del espacio; el sonido de las puertas, el bufido tan propio de la máquina. La sensación de angustia crece junto a un sentimiento de exclusión que, con la aparición del muchacho, cerca a estos jóvenes. Se refleja la impotencia de ambos, el deseo de aferrarse a su propia  identidad: «(…) lo único que sobraba era la idea de bajarse (…)»  Y un intento fallido de escapar de esa realidad cotidiana y mayoritaria, opresora, que se salda con dos ramos de pensamientos y unas manos que ya no volvieron a entrelazarse.

¿Quién no se ha sentido nunca el centro de las miradas por no pertenecer a un grupo o no ser, vestir, pensar, reír, hablar, como se espera de alguien? Y todos hemos caído en la tentación de hundirnos en nuestro asiento, agachar la mirada, perdernos entre esa multitud inquisitoria y hacernos muy pequeños o intentar encajar de la mejor forma posible, pasar desapercibidos para no ser juzgados por ser simplemente uno mismo. «Si por lo menos me hubiera puesto unas violetas en la blusa»…

Un viaje personal e interesante el que te obligas a hacer inevitablemente durante el trayecto entre San Martín y Retiro, sí señor.

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Despertar.

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Bienvenidos a mi bosque encantado, donde comparto mis sueños y espero que otros lo hagan conmigo. Estoy hecha de ilusiones y caprichos. En verano vivo en mi pequeño paraíso y en invierno en mi torre de marfil; pero habitualmente me encontrarás dibujando sonrisas y tejiendo besos de dulces sueños. También hablo de cosas de mayores.

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